Historia

El término municipal de Bélmez de la Moraleda nos ofrece algunos asentamientos de las épocas ibérica y romana de gran interés y que ilustran con claridad algunas de las circunstancias históricas y geográficas del entorno. Y entre éstas últimas, el carácter de paso, de vía de tránsito entre la actual provincia de Granada y el Alto Guadalquivir a través del valle del río Jandulilla que, convertido en un verdadero desfiladero en algunos puntos de su recorrido, comienza a abrirse, algo más allá de Bélmez, hacia el Guadalquivir.

Esta situación estratégica explica la ubicación en época ibérica de un asentamiento, el llamado Recinto de Bélmez, situado a doscientos metros del cruce de la carretera que sube a la actual localidad. Se trata de un pequeño cerro de perfil suave en la vega del río. Aunque no se han encontrado restos de infraestructuras in situ, son visibles numerosos bloques de piedra que debieron formar parte de una construcción de carácter estratégico y de reducidas dimensiones. Aunque los restos en superficie no son muy abundantes, entre otras razones por el deterioro de la parte superior del cerro, aquí se ubicaría un recinto fortificado, una torre para el control del paso. Entre los materiales localizados ha sido identificada una tapadera de una urna de orejetas, una característica forma cerámica, vinculada a un momento cronológico que debe situarse en el llamado Horizonte Antiguo del mundo ibérico, es decir, anterior a la segunda mitad del siglo V antes de nuestra era.

Desde Úbeda la Vieja, justo en el punto de confluencia del Jandulilla con el Guadalquivir, es el único asentamiento fechado en ese momento, lo que lo convierte en excepcional, sirviéndonos también para explicar algunas cuestiones históricas de gran interés. Sabemos que el paso por el valle del Jandulilla alcanzó su mayor intensidad durante el siglo IV a.n.e., cuando el comercio de productos griegos fue más intenso y cuando la aristocracia de Úbeda la Vieja extendió su control por todo el valle del río, desde la desembocadura hasta el cerro del Pajarillo en Huelma. La localización del Recinto de Bélmez nos viene a señalar una ocupación o al menos el control del valle desde un momento más antiguo. Sin embargo no se han localizado elementos arqueológicos que permitan pensar en una verdadera explotación agrícola del valle y ésta parece que no se inicia hasta un momento posterior, según los escasos indicios con que contamos, en torno a los inicios del siglo II antes de nuestra era.

Muy posterior en el tiempo otro asentamiento, el llamado Barranco de Hornillos Bajo, nos demuestra la ocupación del entorno de Bélmez en época romana, aunque lo limitado de la información no nos permite precisar el momento concreto de la ocupación del sitio. Situado junto al río, en una ladera, observamos la presencia de restos arqueológicos que así lo confirman. Sin duda nos encontramos ante la presencia de una villa rústica, una explotación agraria que posteriormente tendrá continuidad en época medieval.

La actual población de Bélmez de la Moraleda se encuentra situada a unos kilómetros de la localidad medieval que le dio origen. Gran parte de esta región estuvo dominada durante el siglo IX por la familia muladí de los b. Habil, y los “castillos” de los que hablan las fuentes árabes serían en su mayoría lugares pequeños fortificados. La población vivía en las aldeas que controlaban esos refugios.

Hasta el momento no sabemos si Bélmez existía ya, aunque parece muy verosímil, ya que en el año 945, unos años después de que Abd’alRahman III sometiese toda la región, se levantó una mezquita, según nos indica la inscripción que conmemora su construcción. Es posible que ésta fuera un edificio realizado conjuntamente por un grupo de aldeas, solución que las pequeñas poblaciones adoptaron muy frecuentemente para “abaratar costes”. Pero tampoco puede descartarse que ya entonces Bélmez hubiese alcanzado la suficiente entidad como para dotarse por sí misma de dicha construcción.

Sin embargo, el nombre de Bélmez no aparece citado en los textos hasta principios del siglo XIV. Bélmez es una palabra de raíz árabe, con el significado de “lugar protegido”. Además, la palabra “velmez” ha quedado en castellano con el significado de vestidura que se ponía sobre la camisa para evitar que la loriga y demás guarniciones molestasen al cuerpo, lo que reafirma el sentido de protección. Y el castillo de Bélmez queda en efecto situado en el interior de una pequeña vega, protegido por un círculo montañoso, por lo que se construyeron las torres del Sol y del Lucero en las alturas próximas para vigilar el entorno.

Todo ello indica que entre los siglos X y XIV hubo una serie de transformaciones en la estructura física de esta localidad –y de otras semejantes– y en la forma de controlar el territorio. Entre los siglos X y XII el esquema sería similar al que había anteriormente, es decir, numerosas aldeas –entre ellas Bélmez–, que disponen conjuntamente de lugares de fortificación para casos de peligro. Después, especialmente a partir de finales del siglo XIII, ante la amenazante presencia castellana, la población parece ir concentrándose en algunas localidades, que se rodean de murallas. Es lo que las fuentes árabes denominan “hisn” (plural “husun”) y a las que los castellanos denominan “castillos”. Es el caso de Bélmez, tomada en 1316 por el infante don Pedro.

Pero la crisis castellana y el contraataque nazarí permitirán a los musulmanes recuperar parte de las poblaciones de la sierra. Y en algunas como Bélmez realizarán importantes obras, de forma que cuando nuevamente sea conquistada en 1448, el cronista castellano distingue ya entre la población (“el lugar”) y el castillo propiamente dicho. Es éste último el que se ha descrito en varias ocasiones considerándolo mucho más antiguo de lo que es en realidad.

La última transformación será el cambio de ubicación de la población, como hemos dicho antes, aunque junto a los restos del asentamiento islámico subsiste una cortijada que ha mantenido el nombre.

La toma y conquista del castillo de Bélmez en 1448 por don Fernando de Villafañé vino a significar de hecho el fin del dominio islámico en la villa. Sin embargo esta conquista apenas si mitigó el contexto de luchas y contiendas que habían caracterizado su pasado más reciente. Buena prueba de ello serán los numerosos avatares por los que pasará la fortaleza de Bélmez a lo largo de los años que transcurren entre 1464 y 1477, que se enmarcan dentro de las luchas intestinas que caracterizaron la mayor parte del reinado de Enrique IV. Así, en 1464 el castillo sufre el asalto y toma del infante don Alfonso; en 1465 el propiciado por don Juan de Vera; en 1476 el intento de conquista del segundo vizconde de Huelma y comendador de Bedmar y Albanchez… Conflictos que en buena medida venían a explicarse, de una parte, en función del control que permitía sobre el camino de Granada y, de otra, en función de un no menos importante control sobre importantes superficies de excelentes pastos en Sierra Mágina. Así lo ponen de manifiesto pleitos como los mantenidos con la villa de Huelma y, sobre todo, el mantenido con los ganaderos de Úbeda por cuestiones de portazgos y quintos, y que durará a la postre 208 años.

Estos conflictivos años dieron paso, en el siglo XVI, a un nuevo tipo de litigio, esta vez de carácter administrativo. En 1501 los Reyes Católicos donan el castillo de Bélmez y sus términos, que desde el siglo XIV permanecían unidos al Señorío de Jódar, al concejo de Granada, “con la condición de que dicho concejo pagase a Alonso de Carvajal todo el dinero que los reyes le debían por el empeño de Bélmez y que fuera con carácter vitalicio Alonso de Carvajal alcaide de Bélmez”. Esta donación volverá a reproducir viejas disputas en torno a la posesión de Bélmez, especialmente desde fines de 1513, tras la muerte de don Alonso de Carvajal en tierras italianas. Las disputas se saldaron finalmente con la posesión que de la misma obtuvo don Diego de Carvajal, eso sí, a cambio de un censo pagado a la ciudad de Granada.

Y fue precisamente este hecho el que propició, a la postre, otro de los cambios trascendentales que se van a producir en la historia de Bélmez en el siglo XVI: la modificación, desde 1534, de la ubicación de su núcleo poblacional, propiciada por la actitud adoptada desde esas fechas por dicho señor al comenzar a ceder tierras en calidad de arrendamiento a algunos labradores, que comenzaron a roturar la dehesa y a construir sus casas cerca del nacimiento de la Moraleda. Esta actitud ya tuvo en la villa sus antecedentes en algunas informaciones de 1510, cuando se constaba la posibilidad de repartir tierras a posibles repobladores ante el hecho de que numerosos campos ofrecían un marcado aspecto de tierra inculta y con aprovechamientos más que irregulares.

En el siglo XVI la mayor parte de las tierras estaban destinadas al cultivo del trigo, la cebada, el lino y el cáñamo, a la par que destacaba la presencia de ganado caprino, porcino, vacuno y caballar. Junto a ello, la recogida de esparto y enebro, de madera o la caza, así como las tierras destinadas a pastos, constituían sus actividades más señeras. Lo cual poco varió a lo largo de la Edad Moderna, habida cuenta de que a mediados del siglo XIX el cultivo y recogida de trigo, cebada, centeno, maíz, bellota, garbanzos, habas y todo género de semillas, frutas y hortalizas seguían siendo características de una economía fuertemente volcada a actividades agrícolas y ganaderas, éstas últimas centradas en el ganado lanar, cabrío y en alguna medida porcino. Y todo ello desarrollado por una población de alrededor de 896 habitantes.

A finales del siglo XIX la imagen apenas ha sufrido alteraciones: los terrenos de pastos (1.712 hectáreas) y de monte (1.670 hectáreas) sobresalían en alguna medida sobre el cultivo cerealícola (1.326 hectáreas) y ampliamente sobre el olivarero (116 hectáreas). Un siglo más tarde, esto es, a finales del XX, la fisonomía productiva de la localidad sí que ha cambiado: las 1.679 hectáreas de olivar destacan sobremanera sobre las 51 destinadas a herbáceos o las 128 de frutales. Junto al papel destacado del olivar seguirá manteniendo también una posición privilegiada la superficie de pastos (1.673 hectáreas).

Estas magnitudes superficiales y esta imagen agropecuaria se acompañaron de un escenario social campesino y jornalero escasamente reivindicativo en el siglo XIX a la par que decididamente conflictivo en el siglo XX. Los problemas agrarios derivados tanto de los efectos de las crisis de subsistencias cuanto de la crisis agraria finisecular y los procesos de modernización emprendidos a partir de la misma, agudizaron la cuestión social agraria, que se traducía reiteradamente en paro y hambre. En este sentido, el dato estadístico que ofrecía el año de 1930/31 sobre parados en Bélmez es más que ilustrativo: el 75% de su censo obrero y campesino. No debe extrañar que sea precisamente en estos años, como ocurrió también en otros municipios vecinos, cuando el discurso sindical y político de clase cale hondamente en su población trabajadora: la constitución de la sección local de la FNTT es de 1932, y las del PCE y la FRCA de 1937. La traducción política de esta situación corrió en alguna medida acorde con lo expresado: en 1931 la candidatura del PSOE a las elecciones legislativas triunfará por primera vez en el municipio, aunque en las legislativas de 1933 las candidaturas derechistas conseguirán el triunfo electoral, que mantendrán en 1936 dentro del denominado Bloque Nacional.

Esta conflictividad social de la primera mitad del siglo XX se acompañará de un cierto grado de vitalidad demográfica: si en 1900 la localidad llegaba a sumar un total de 1.488 habitantes, en 1930 éstos habían aumentado hasta los 2.177, para llegar en 1950 a los 2.588, lo que significó su momento demográfico más álgido. A partir de esta fecha, y a lo largo de toda la segunda mitad del siglo XX, el municipio ha vivido una situación, primero –sobre todo en las décadas de los sesenta y setenta–, de cierto retroceso y, después, de mantenimiento de sus 2.000 habitantes.



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